Siempre me ha gustado decir que la nutrición no se vive en los libros, sino en la cocina… y en el caos de cada día. Ser mamá, estudiar y trabajar me ha enseñado que comer saludable no se trata de hacerlo perfecto, sino de hacerlo posible.
Así que hoy te abro las puertas de mi cocina (y de mi realidad) para contarte cómo se ve un día normal en mi plato. Nada de recetas imposibles ni desayunos de revista —solo vida real, con su toque de organización, amor y, por supuesto, café
Desayuno: energía sin drama
Mis mañanas comienzan antes que el sol… y antes que mi cerebro, si soy sincera.
Mientras intento abrir los ojos y despertar a mi hijo adolescente, mi primer desayuno es un café con leche de soja, ese pequeño ritual que me ayuda a activar el modo mamá.
Mientras él se prepara para ir al instituto, voy organizando los desayunos y mochilas del día.
Cuando ya se ha ido, llega el turno de despertar a mi hija pequeña y preparar su desayuno para el cole, entre abrazos, risas medio dormidas y carreras para llegar a tiempo.
Mi desayuno real llega un poco más tarde, cuando dejo a mi hija en clase y vuelvo a casa para estudiar o trabajar frente al ordenador.
Ahí sí, con algo más de calma, preparo una tostada de pan integral con aguacate y huevo revuelto, o un yogur o kefir con fruta troceada, avena y chia.
Ese momento es mi pausa consciente, mi recarga antes del día.
Porque, aunque empiece con prisa, aprendí que cuidarme también forma parte de mi trabajo.
                    
                    Comida: equilibrio para todos
Entre clases, trabajos y correos, llega el momento de comer. En casa intento que el plato tenga un poco de todo:
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Proteína (pollo, pescado o legumbres).
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Verduras de todos los colores, porque ¡la vista también come! (esta parte con el mayor nos esta costando mas) .
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Y un cereal integral o patata.
 
Por ejemplo: pollo al horno con boniato y ensalada de tomate y pepino.
Y si estoy muy justa de tiempo, tiro de tupper preparado el domingo o de una ensalada completa con garbanzos, atún y huevo duro.
Mis hijos suelen comer lo mismo, adaptando texturas o cantidades según sus gustos. Y sí, a veces hay caras largas cuando la verdura no es la favorita del día… pero prefiero mil veces una conversación sincera sobre los sabores que un plato perfecto y sin alma.
Merienda: el salvavidas de la tarde
Después del cole en el momento parque, la merienda es nuestro pequeño “alto en el camino”.
Solemos elegir algo sencillo:
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Yogur liquido.
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Frutos secos.
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Pan con hummus o queso.
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Fruta
 
No todos los días es igual, y eso está bien. En casa no hay alimentos prohibidos, pero sí intentamos que lo dulce sea ocasional y disfrutado, no automático.
                    
                    
                    Cena: nuestro rato de desconexión y conexión
La cena, para mí, es ese momento donde bajamos las revoluciones del día. No siempre es perfecta ni tan saludable como me gustaría, pero es nuestro pequeño refugio familiar.
Solemos cenar juntos y, aunque sé que lo ideal sería hacerlo sin pantallas… lo cierto es que muchas veces las usamos. Es nuestro rato de desconexión y descanso, donde aprovechamos para relajarnos, charlar sobre el día y simplemente estar juntos sin presiones.
En casa intento que la cena sea ligera y variada, algo que reconforte sin complicar:
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Tortilla con verduras.
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Puré con pescado.
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O una crema de calabaza con tostadas integrales.
 
Pero lo que más valoro viene después. Cuando el día por fin afloja y nos vamos a la cama, surgen las mejores conversaciones.
Yo me acuesto con la pequeña, que duerme conmigo, y mi hijo adolescente aprovecha ese momento para venir, hacer alguna pelea de almohadas y contarme cosas de su día.
A veces, lo confieso, llego agotada y solo quiero cerrar los ojos. Pero aun así, amo esos minutos: cuando me buscan, cuando se buscan entre ellos, cuando se sienten cerca.
Porque ahí, entre risas, mimos y confidencias, entiendo que la nutrición también va de eso: de alimentar vínculos, no solo estómagos.
Mis trucos de supervivencia nutricional
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Planifico sin rigidez. Hago una lista base de comidas, pero dejo espacio para improvisar.
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Cocino por tandas. Los domingos preparo legumbres, cereales y verduras asadas para tener opciones listas.
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Congelo con propósito. No todo lo que va al congelador se convierte en olvido. En casa tenemos “cajón de rescate”.
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Me permito la flexibilidad. Si un día no sale como esperaba, no me castigo: la constancia se construye con compasión, no con culpa.
 
                    Lo que realmente importa
Al final del día, mi plato no es perfecto, pero es real, nutritivo y lleno de cariño.
Creo que esa es la esencia de la nutrición práctica: cuidar sin agobiar, disfrutar sin culpa y enseñar con el ejemplo.
Porque sí, soy mamá, estudiante y amante del buen comer… pero sobre todo, soy una mujer que hace lo mejor que puede cada día.
Algunas veces me sale genial, otras improviso con lo que hay en la nevera, y muchas simplemente celebro haber llegado al final del día con todos alimentados y sonriendo.
He aprendido que la nutrición no es solo lo que hay en el plato, sino también lo que pasa alrededor de él: las risas, las charlas, las rutinas imperfectas y los gestos de cariño que le dan sabor a la vida.
Y si algo quiero que mis hijos aprendan de mí, es eso:
que comer bien no es hacerlo perfecto, sino hacerlo con amor, con conciencia y con la certeza de que cada comida —por simple que sea— es una forma de cuidarnos.

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